Disfrute de la vida como un señor ateo!

No sabía muy bien que decir cuando he leido esto. Menos mal que Juanma siempre sabe. A ver que te parece.

Disfrute de la vida como un señor ateo!

Los señores ateos quieren empapelar los autobuses con anuncios incitadores al disfrute de la vida. En esto los señores ateos se
Los señores ateos quieren empapelar los autobuses con anuncios incitadores al disfrute de la vida. En esto los señores ateos se parecen a esos promotores del deporte que, mientras leemos las Geórgicas de Virgilio a la sombra de una encina, nos exhortan a hacer gimnasia, asegurándonos que así podremos gozar de la vida; pero cuando acudimos al gimnasio, sólo vemos a pobre gente sudando la gota gorda y pasando las de Caín. Ocurre que estos señores ateos, como los promotores del deporte, sufren como cerdos en la matanza; y, puesto que no hallan consuelo en su sufrimiento, quieren consolarse captando neófitos para sus padecimientos. Pues ya se sabe que nada consuela tanto el enfermo como conseguir que su enfermedad se contagie a otros; pero se trata de un consuelo cetrino y miserable.
Dios, según el estrafalario sentido de la realidad de estos señores ateos, es un ser tiránico que abruma y aflige a los hombres. Pero, si leemos las Escrituras, descubrimos que Dios no hace otra cosa sino invitarnos a un banquete eterno; y, cuando por fin se decide a acompañar a los hombres en su andadura terrenal, ¿qué es lo primero y lo último que hace? Pues lo primero que hace, nada más iniciar su vida pública, es transformar el agua en vino, para que los convidados de una boda puedan cantar y bailar alegremente; y lo último que hace es proponer a sus amigos que, cada vez que quieran rememorarlo, prueben el fruto de la vid. ¡Extraño modo de abrumar y afligir a los hombres!
A simple vista, la vida del creyente parece una muralla erizada de arduas privaciones; pero, salvada esa muralla, encontramos las danzas de los niños y el vino de los hombres. La vida del señor ateo, por el contrario, parece a simple vista encantadora y risueña; pero adentro se retuercen las serpientes de la desesperación.
¿Y qué es la desesperación? «Desesperación -decía Leonardo Castellani– es el sentimiento profundo de que todo esto no vale nada y el vivir no paga el gasto y es un definitivo engaño; y este sentimiento es fatalmente consecuente con la convicción de que no hay otra vida». La desesperación suele disfrazarse de alegría vocinglera; pero esta poseída de una sorda sed de destrucción y nihilismo. Estos señores ateos afirman, sin embargo, que la suya es la religión del disfrute y la alegría; a la vez que tratan de convencernos de que el cristianismo es la religión del dolor. Lo cierto es que todo ser humano alberga dentro de sí una proporción de dolor y otra de algería; lo que distingue al ateo del creyente es la distribución de esos dos componentes. El ateo hace depender esa alegría de los pequeños goces superficiales de la vida -el «comamos y bebamos, que mañana moriremos» de Menandro-, pero niega la alegría última de las cosas, porque está enfermo de una desesperación incurable. Al creyente, en cambio, no le están negados los goces superficiales de la vida; pero es capaz de sacrificarlos, o de tomárselos a broma, porque su gozo secreto está puesto en una alegría más fundamental. ¿Quién es más hombre? ¿Quien reserva su alegría para lo fundamental y sus penas para lo superficial o quien hace lo contrario? La alegría del ateo está constreñida al disfrute de unos pocos placeres mundanos y su dolor se expande por la inconcebible eternidad; puede agitar sus miembros en un éxtasis de abracadabra, y hasta entregarse al baile de San Vito, mas no por ello su cabeza dejará de estar hundida en un abismo desalentador, sin esperanzas ni anhelos. El dolor del creyente está, por el contrario, constreñido a unas pocas cosas fútiles, pero su alegría es ancha y venturosa, como una tarde pasada a la sombra de una encina leyendo las Geórgicas de Virgilio.
Decía Chesterton que la alegría, que es la pequeña publicidad del pagano, es el gigantesco secreto del cristiano. Por eso los señores ateos quieren pregonar su alegría pequeñita en los autobuses; porque saben que sus disfrutes no duran más que lo que tarda un autobús en cubrir su itinerario. Lo que viene después -también lo saben- es la desesperación; y como la desesperación engendra desconsuelo, quieren consolarse contagiándosela a los demás. Vanos pataleos de chiquilines emberrinchados.

Blade runner

Tras su paso por los festivales de Venecia y Sitges, los aficionados (aunque, tratándose de Blade Runner el objeto de nuestra afición, me temo que el término resulta demasiado pálido: más bien convendría decir obsesos, maniacos) aguardamos con impaciencia el lanzamiento comercial en DVD y demás formatos digitales de la obra maestra que Ridley Scott dirigiera hace ya 25 años, remasterizada y en una nueva versión que se nos asegura definitiva. No parece, sin embargo, que en esta nueva versión se hayan introducido cambios sustanciales respecto a la Director’s Cut en la que

descubríamos que Deckard (el protagonista encarnado por Harrison Ford) era en realidad un replicante. Siempre pensé que este ‘rasgo de autoría’ incorporado por Scott a su versión más personal de la película la empeoraba: resulta más desesperadamente hermoso que un Deckard humano se fugue con la replicante Rachel (Sean Young), sabiendo que es una máquina con fecha de caducidad, sabiendo que su amor es insensato y condenado a la desolación; desde el momento en que Deckard se convierte también en replicante, su amor por Rachel no deja de ser una razonable solidaridad entre congéneres. Una de las fascinaciones que nos procura Blade Runner es su condición de inagotable venero de interpretaciones; y, desde luego, en la preferencia por una u otra versión hay opiniones para todos los gustos. Con el lanzamiento de la versión definitiva de la película se nos anuncia también un documental de ¡tres horas y media!, titulado Dangerous Days, que a buen seguro no se bastará a dilucidar todas las especulaciones, curiosidades y comeduras de tarro que el aficionado (perdón, quiero decir obseso, maniaco) de Blade Runner rumia incansablemente, día tras día.

A quien esto firma, las más excitantes comeduras de tarro se las ha procurado el personaje de Roy Batty, el cabecilla de los replicantes rebeldes, interpretado por el actor holandés Rutger Hauer. Hay en ese personaje una aureola trágica, desaforadamente trágica, que lo entronca con Prometeo, aquel mortal que osó robar el fuego a los dioses, buscándose su perdición. Cada vez que Rutger Hauer aparece en la pantalla Read More

Vidas al desagüe

FORZABAN los partos inyectando a las embarazadas sustancias químicas que provocaban fortísimas contracciones en el útero; a los fetos de siete u ocho meses, les inyectaban calmantes para evitar que pataleasen y luego, apenas asomaban la cabeza, los decapitaban, o les introducían un catéter por la región occipital que les succionaba el cerebro. Para desprenderse de sus cadáveres, los introducían en una máquina trituradora que los reducía a papilla orgánica y los arrojaban al desagüe. La truculencia de los métodos empleados en esos mataderos barceloneses que, misteriosamente, la prensa insiste en llamar «clínicas» ha servido para que, siquiera durante unas horas o días, la opinión pública se estremezca de horror. Por supuesto, se trata de un estremecimiento hipócrita, el repeluzno momentáneo del monstruo que no soporta contemplar su monstruosidad reflejada en un espejo; pero basta dar la espalda al espejo para que el monstruo pueda seguir viviendo plácidamente. En apenas unos días, nuestra memoria selectiva habrá borrado la reminiscencia de tanto horror; y se seguirá abortando a mansalva, con idénticos o parecidos métodos, ante la indiferencia de los monstruos.

A las tropas americanas y británicas que, en su avance hacia Berlín, iban liberando los campos de concentración donde se hacinaban espectros de hombres no les espantaba tanto… Read More

Lirios venenosos

En La balada del café triste, la célebre novela de Carson McCullers, se incluye una célebre reflexión sobre la naturaleza del amor: «Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. (…) Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. (…) El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor».Decimos que «el amor es ciego». Pero no es verdad que la ceguera del amor nos impida detectar las carencias o defectos del amado. El amor no embota nuestras percepciones ni nuestra sensibilidad, sino que más bien las exacerba. Read More

Fichando a Scarlett

Reconocemos que Scarlett Johansson está buenísima; pero nos enamoramos de la vecina de arriba, que nos da más cariño
Como la afición futbolera nunca duerme, aunque sus héroes descansen, la prensa nos da la tabarra durante los meses del verano con los fichajes que los grandes equipos planean para la temporada próxima. Basta abrir un periódico para tropezarte con una turbamulta de rumores, especulaciones y augurios que sitúan a tal o cual estrella o asteroide de la Juventus o el Milán en la órbita de esos equipos autóctonos que han querido hacer de su alineación algo así como una exposición de ganado en la que se muestra la gallina más ponedora, la vaca de ubres más rollizas, la mula más fortachona y así sucesivamente, hasta completar un elenco que provoque la envidia del adversario. A la postre, ciertos equipos multimillonarios acaban pareciendo una versión desquiciada del arca de Noé, en la que conviven estrellas o asteroides de la más variada procedencia geográfica, algunos de parajes que los aficionados ni siquiera sabrían fijar en el mapa. Y yo siempre me pregunto: ¿qué ilusión puede suscitar en un aficionado que el equipo de su pueblo incorpore a su plantilla a un nativo de Sebastopol o Pernambuco?

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